La Transfiguración del Señor
La Transfiguración: ¿Anuncio de penas y glorias?
Cuando vemos este pasaje de la Transfiguración del Señor en el monte Tabor (Mt. 17, 1-3) quizá nos quedemos como Pedro, Santiago y Juan, con lo bonito y lo sublime del momento, y hasta lo podemos imaginar: una escena llena de luz, aparecen Moisés y Elías, se oye la voz del Padre. Aquello es como vivir un cielo en la tierra y los discípulos, como nosotros hoy día, queremos quedarnos en el esplendor de lo sublime únicamente.
¿A cuántos de nosotros nos ha pasado que en la Pascua, o en celebraciones rituales del bautismo renovamos nuestra fe y se nos pregunta si renunciamos al diablo y sus obras y respondemos con un rotundo ¡Sí renuncio! pero no sabemos ni practicamos lo que decimos? o ¿Cuántas veces se nos ha dicho: ¡Ser cristianos es llevar tu cruz con amor hasta el final y verla como un medio de salvación antes que una carga insoportable! y aún así ante cualquier sufrimiento sucumbimos abrumados y con falta de fe? Todo esto es porque en el momento de escucharlo, acogemos el mensaje con alegría y nos llenamos de propósitos buenos pero en las pruebas queremos echar todo por la borda y en el peor de los casos hasta renunciamos a la fe y vamos tras de grupos, personas, sectas o ideologías que nos ofrecen «las chozas» de la comodidad como sugirió San Pedro al saberse tranquilo, pleno y sin problemas en aquella escena de la transfiguración.
Todo esto que hemos hablado es como quien no lee las letras pequeñas del contrato. Pero Jesús no daba lugar a letras pequeñas, fue claro siempre. Los discípulos -como nosotros- no entendían el mensaje ni cuando se les dijo: «Este es mi Hijo muy amado, escúchenle», y por la emoción pasaron desapercibido el anuncio de la pasión y muerte del Señor. Allí estamos nosotros queriendo una vida de fe, de ritos, tradiciones y todo lo que me llene de alegría, plenitud, sentimientos alegres, propósitos y palabras que brotan de un espíritu de consolación pero que al momento de la prueba, de morir en la cruz, de amar al enemigo, de entrar en la humildad, la obediencia y el morir a sí mismo, nos desentendemos.
Quizá nos venga bien poner la atención en esta frase:
«En tiempo de desolación no hacer mudanza»
San Ignacio de Loyola. EE 318
Esto nos invita a que en los momentos de prueba no actuemos por impulso, porque una decisión así puede ser una huida o una justificación para no cambiar, y así se descarta todo buen propósito que en tiempo de consolación hayamos tenido. Y sí, detrás de ello está la acción del mal espíritu: el tentador que quiere alejarnos de la visión de gloria que Jesús mostró a los discípulos como la meta alcanzada luego de pasar por la cruz.
Entonces la invitación es a que le pidamos al Señor la gracia de amarle, servirle, acudir a Él en momentos no solamente de alegría sino también en las penas, viviéndolas con serenidad, en una palabra: con fe, así como Abraham que no dudó en el momento de la prueba, sufría, claro está, pero obediente y lleno de confianza accede a la misión con su hijo Isaac. ¿Lo lograremos simplemente con nuestra fuerza y buen propósito? ¡No, imposible! ¡Lo lograremos pidiéndole la gracia al Señor y confiando en Él!
Y bueno, de la meta mostrada por Cristo: la gloria eterna, un trono de luz, la plenitud, ya sabemos que todos la queremos, pero en el camino muchas veces se nos olvida la instrucción que Jesús nos ha dado con palabras y ejemplo para alcanzarla: Ama a Dios y al prójimo como yo les he amado. Amar lo es todo. Porque quien ama cumple la ley y escucha a los profetas, es decir escucha a aquel en quien todo se ha cumplido: Jesús.
¡El Señor nos permita encontrarnos a todos en este trono de luz que Él mismo se fue a preparar y lo volvió a anunciar en el momento de su Ascensión gloriosa a los cielos!
Pd. Te dejo este enlace de un video corto donde explicamos desde un icono este misterio de la transfiguración del Señor. Lo hicimos el año pasado para la fiesta entre año, porque este pasaje lo contemplamos dos veces: en cuaresma y en el mes de agosto como su fecha litúrgica. Espero te ayude mucho a comprenderlo más desde la dimensión artística. Dios nos bendice.
¿Querés parecerte a Jesús? Ama a tus enemigos.
En este tiempo de cuaresma, una pregunta que comúnmente resuena en la mente del cristiano es: ¿Por qué Jesús hizo tanto por mí? Para saber la respuesta, debemos conocerle más, así lograremos amarle y seguirle sin reservas.
Amarse a sí mismo, puede que sea sencillo -a veces también es complicado o nos puede conducir a al extremo malo del egoísmo- y amar a los demás, si no es con la gracia de Dios y pedírselo constantemente, es imposible. Entonces nos conviene conocer a Jesús, su forma de amar y donarse para luego pedirle nos conceda imitarlo.
Para esto, tomaremos unos tips que ofrece el beato Elredo abad, un monje cisterciense inglés destacado por sus escritos y tratados teológicos. Él nos habla del amor fraterno a imitación de Cristo.
«La perfección de la caridad consiste en el amor a los enemigos.»
Del espejo de caridad del beato Elredo, abad. Libro 3, cap. 5: PL 195, 582
Si la misión y nuevo mandamiento que Jesús encomienda a los discípulos es amar a Dios y al prójimo como Él nos ha amado, es la primera clave para la verdadera felicidad. Entonces, ¿Cómo me puedo parecer a Jesús? Anota estos tres tips, pídele la gracia a Dios de ponerlos en practica en tu vida.
Perdona como Jesús y por tu fragilidad, pide perdón
Imagina a Jesús con tanta dulzura pidiendo por quienes le torturan, escupen, golpean e injurian. Ya sabemos que es difícil perdonar, pero Dios te ayudará ¡Ánimo!. Recuerda algo importantísimo: también debes pedir humildad tanto para perdonar (no creerte mejor que quien te pide perdón) y también humildad para pedir perdón, reconociendo tu falta de caridad para con el otro.
Ora como Jesús
Recuerda este pasaje: ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen! (Lc. 23, 34.) Entonces para imitarle, oremos por quienes nos hacen mal y pensemos que la oración transforma la vida propia, alcanza las gracias para uno mismo y para la persona por la cual intercedes. Lo que debes tener presente es que la conversión inicia en tu persona, para no caer en el error de ver sin caridad y con amargura la paja en el ojo del hermano y no la viga en el nuestro (Lc. 6, 42).
Justifica como Jesús
Esto también es difícil, pensar que el malvado quizá lo hace en la ignorancia, en el error o como dice San Pablo, que la lucha no es contra la carne sino contra los espíritus que nos empujan a hacer el mal que no queremos. Y muchas veces actuamos por desconocimientos pero la buena noticia es que: ¡Entre todos nos podemos ayudar orando por nuestra conversión, corrigiendo con caridad y escuchando las correcciones a nosotros mismos con humildad y amando a cada cual en el proceso!
Y recuerda siempre: ¡Cuánta paciencia, amor y mansedumbre tiene Dios con nosotros! ¿Queremos imitarle? Vayamos al encuentro con los demás con paciencia, amor y mansedumbre que no vienen de nuestras fuerzas, sino de la gracia que Dios concede a quien la pide de corazón. Pidamos la gracia de reconocer en el otro a Cristo.
Buena, santa y fructífera cuaresma para todos.
Pd. Te recomiendo que al ver arte de la pasión de Cristo (cuadros, esculturas o iconos) recuerdes el amor que nos tiene y por lo cual se sometió como oveja llevada ante quien la trasquila. También te dejo un canto hermoso para pedir misericordia y nos ayude a ser misericordiosos con los demás.